12 enero 2017

Del abuso de las palabras.

Desde la cuna, la gente se acostumbra a aprender palabras --que adquiere y retiene con facilidad-- antes de conocer o forjarse las ideas complejas que se les asocian o cuya significación se encuentra en las cosas; muchos siguen haciéndolo toda la vida y, sin molestarse por fijar en la mente determinadas ideas, usan palabras para las nociones inestables y confusas que tienen, contentándose con los mismos términos que emplean los demás, como si un mismo sonido siempre tuviese el mismo significado. Aunque la gente se las arregla en las circunstancias normales de la vida cuando quiere hacerse entender y emplea signos hasta lograrlo, la falta de significación de sus palabras, cuando se pone a razonar sobre sus principios o intereses, llena palmariamente su discurso de ruidos ininteligibles y jerigonza vacía, en especial en lo relativo a las cuestiones morales, donde la mayoría de las palabras, al significar colecciones de ideas arbitrarias y numerosas, que no coexisten regular ni permanentemente en la naturaleza, son con frecuencia puros sonidos, o evocan nociones muy oscuras e inciertas asociadas con ellas. La gente adopta las palabras que oye a sus vecinos; y para no parecer ignorantes de lo que éstas significan, las emplea a sus anchas, sin romperse la cabeza en pos del sentido exacto. Además de comodidad, obtiene de este modo una ventaja: pese a que en su discurso rara vez tiene razón, rara vez puede probarse que se equivoca, porque querer sacar del error a quien no tiene nociones establecidas es como querer echar de su morada a un vagabundo que no tiene domicilio fijo. Creo que es así; y cada cual observará en sí mismo y en los demás si tal es el caso o no.
Del Abuso de las Palabras, John Locke.