30 mayo 2016

De la ruina de los hombres.


"-¡Oh! átomos inteligentes, en quienes el Ser eterno se ha complacido en manifestar su arte y su potencia, sin duda que en vuestro globo disfrutáis contentos purísimos; pues teniendo tan poca materia y pareciendo todos espíritu, debéis emplear vuestra vida en amar y pensar, que es la verdadera vida de los espíritus. En parte ninguna he visto la verdadera felicidad, mas estoy cierto de que esta es su mansión. 
Encogiéronse de hombros al oír este razonamiento los filósofos todos; y más ingenuo uno de ellos confesó sinceramente que, exceptuando un cortísimo número de moradores poquísimo apreciados, todo lo demás es una cáfila de locos, de perversos y desdichados. 
-Más materia tenemos, dijo, de la que es menester para obrar mal, si procede el mal de la materia, y más inteligencia, si proviene de la inteligencia. ¿Sabéis por ejemplo que en el momento en que os hablo cien mil locos de nuestra especie, que llevan sombreros, están matando a otros cien mil animales cubiertos de un turbante, o muriendo a sus manos, y que así es estilo en toda la tierra, desde tiempo inmemorial? 
Horrorizóse el Sirio, y preguntó el motivo de tan horribles contiendas entre animalejos tan ruines. 
-Tratase -dijo el filósofo- de unos pedacillos de tierra tamaños como vuestro pié, y no porque ni uno de los millones de hombres que pierden la vida solicite un terrón siquiera de dicho pedazo; que se trata de saber si ha de pertenecer a cierto hombre que llaman Sultán, o a otro que apellidan César, no sé por qué. Ninguno de los dos ha visto ni verá nunca el rinconcillo de tierra que está en litigio; ni menos casi ninguno de los animales que recíprocamente se asesinan ha visto tampoco al animal por quien asesina. 
¡Desventurados! exclamó indignado el Sirio: ¿cómo es posible imaginar tan furioso frenesí? Arranques me vienen de dar tres pasos, y con tres patadas estrujar todo ese hormiguero de ridículos asesinos.
No os toméis ese trabajo, le respondieron, que sobrado se afanan ellos el labrar su ruina. Sabed que dentro de diez años no quedará en vida el diezmo de estos miserables; y que aun sin sacar la espada, casi a todos se los lleva el hambre, la fatiga o la destemplanza, aparte de que no son ellos los que merecen el castigo, sino los ociosos despiadados, que metidos en su gabinete mandan, mientras digieren la comida, degollar un millón de hombres, y dan luego solemnes acciones de gracias a Dios."

Conversación con los hombres.
Micromegas.
Voltaire.

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