04 septiembre 2020

El Anticristo

Termino aquí, pero antes quiero expresar mi sentencia. Condeno al cristianismo, formulo contra la Iglesia la más terrible de las acusaciones que haya lanzado acusador alguno. Es la más grande de todas las corrupciones que se puede imaginar; en ella palpita la voluntad de la máxima corrupción imaginable. La Iglesia cristiana no dejó nada libre de corrupción; cada valor lo ha convertido en un sin valor; cada verdad, en una mentira; y cada integridad, en una vileza. ¡Y aún se atrevan a hablarme de sus beneficios para la humanidad! Suprimir una miseria era contrario a su interés; vive de miserias y ha creado miserias para eternizarse. El gusano del pecado, por ejemplo, es una miseria con que la Iglesia ha enriquecido a la humanidad. La igualdad de las almas ante Dios, esa falsedad, ese pretexto para los rencores más bajos, ese explosivo de la idea que terminó por convertirse en Revolución, idea moderna, principio de decadencia de todo el orden social: esa es la dinamita cristiana. ¡Beneficios humanitarios del cristianismo! ¡Hacer de la humanidad una contradicción consigo misma, una vergüenza, una ruina, un desprecio hacia todos los instintos buenos y honrados! Para mí, éstas son las bendiciones aportadas por el cristianismo. El parasitismo, única práctica de la Iglesia, bebiendo, con su ideal de anemia y de santidad, la sangre, el amor, la esperanza de la vida; el más allá, la negación de toda realidad; la cruz, como signo de reconocimiento para la más sombría conspiración que ha habido nunca contra la salud, la belleza, la bondad, la bravura, el ingenio, la belleza del alma, contra la vida misma…

¡Si pudiera escribir en todos los muros esta eterna acusación contra el cristianismo, pegarla en cualquier lugar donde haya una pared! Tengo letras que hacen ver incluso a los ciegos. Llamo al cristianismo la única gran maldición, la única gran corrupción interior, el único gran instinto de venganza para el cual no existen medios demasiado venenosos, demasiado subrepticios, demasiado ruines, yo lo llamo la única, la inmortal vergüenza de la humanidad.

¡Y pensar que medimos el tiempo partiendo desde el día nefasto en que se inicia este destino tan fatal: desde el primer día del cristianismo! ¿Por qué no ha de empezarse a contar mejor desde el último? Por ejemplo desde hoy… ¡Transmutación de todos los valores!

Friedrich Nietzsche


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