Cuando reflexiono sobre el actuar y el comportamiento general de los
gobernantes y políticos de nuestro país, en la obesidad mórbida del estado y
lo raquítico del pueblo, en la corrupción exacerbada y enriquecimiento desmedido que periodo
a periodo vemos por parte de los políticos independientemente del
partido que emanen, en la enfermedad crónica de poder y en su búsqueda
última por el simple hecho del poder y casi nunca por el afán de
servicio al país por quien sea y sobre lo que sea, y en tantas y tantas cosas, me veo también obligado
irremediablemente a reconocer que toda esta podredumbre sucede también a una escala menor, con la
misma esencia: todo el conjunto y serie de ineficacias,
ineficiencias, ineptitudes, corrupción y aspectos sin sentido con los que vivimos
a diario en nuestros trabajos, entornos y círculos cercanos: nuestro México chiquito.
La ley de facto del esfuerzo mínimo se ha vuelto un común
denominador entre muchas de las personas con las que convivimos.
Seguro estoy que al leer esto, a la mente del lector vendrán nombres
de personajes que, lejos de
distinguirse por una conducta ética, respetable, y con
responsabilidad profesional digna de ser reconocida y alabada, su actitud y
comportamiento son precisamente todo lo contrario; son personas que
se conforman con ser, en el mejor de los casos, “profesionistas”,
personas que ya “agarraron hueso” de cualquier tipo, y que
sienten una estabilidad laboral más o menos sólida, por lo que su
rendimiento consiste simple y sencillamente en sobrevivir, en hacer
lo mínimo indispensable que les permita no perder su empleo (ya que
la palabra trabajo queda sobrada en este contexto).
Este tipo de personajes caricaturescos bien podrían representar a
pequeña escala al México que algunos tanto despreciamos y criticamos, mismos que podemos encontrar en nuestro trabajo, con nuestros compañeros,
con colegas y familiares, e incluso en nosotros mismos. Todos estos
Méxicos chiquitos son los que, en su conjunto, constituyen células
cancerígenas que afectan a la sociedad y que en su conjunto en escala de nivel macro, representan el por qué del estado actual
de nuestro país.
Desde esta perspectiva, considero fundamental que cada individuo realice una labor de auto análisis, y que en la medida de lo posible se tratara de descartar como filosofía de vida la ley del
esfuerzo mínimo y todas aquellas actitudes relacionadas con ella,
ya que dicha perspectiva, lejos de ayudarnos, sólo hace que nuestro
país siga retrasado y hundido, pisoteado por sus gobernantes, y
flagelado con el látigo de la corrupción que todos, en mayor o
menor medida, hemos adoptado con nuestra actitud.
Es de muchos conocida la frase que reza “Cada pueblo tiene el
gobierno que merece”, y nada más acorde a nuestra realidad, ya que
mientras sigamos siendo un país en el que los índices de
analfabetismo permanezcan verdaderamente alarmantes aunque maquillados con "indicadores" matizados a conveniencia de una pseudo educación, un país en el que el
nivel de deserción de los estudiantes en sus diferentes niveles es
preocupantemente elevado, en el que el abaratamiento de la educación
es cada vez más frecuente, difundido y avalado por las reformas, estrategias e instituciones patito, un país en el que los gobiernos invierten más en su auto mantenimiento ostentoso y oneroso de partidos políticos en lugar de favorecer y fomentar el fortalecimiento a
la educación (la primera ley de la burocracia es garantizar su propia continuidad), un país en el que en cada oportunidad se realiza un ajuste o
recorte a los presupuestos en educación e investigación, un país en el que las personas tienen hijos como mascotas sin inculcarles ni enseñarles valores y respeto sin preocuparse ellos mismos por su educación de la cual son también responsables; por lo anterior y más es que nunca
saldremos del hoyo en el que nos encontramos. Se trata de un círculo
vicioso que a la gente en el poder, al Sistema (gobernantes, empresarios y religiosos) le
conviene mantener.
Un planteamiento general de solución debe iniciar por una verdadera educación, una educación integral, de calidad y convicción, de
conciencia y además dinámica, ya que en otro caso, seguiremos
inmersos infinitamente e irremediablemente en este círculo vicioso; me explico: ¿de qué
sirve una educación sin una cultura y conciencia seria
respecto al ahorro y mejor aprovechamiento del agua por ejemplo?,
cuando veo el desperdicio del vital líquido en gente que carece de
estudios me molesta pero lo comprendo, pero cuando observo esta misma
actitud en gente que se supone “preparada” y con “educación”
y “cultura”, lo cual es bastante frecuente, me resulta
nauseabundo.
Paradójicamente al sentido de querer a México y hacer algo bueno
por nuestro país está lo siguiente: el
mes patrio, mes en el que se supone todos debemos sentirnos
orgullosos de ser mexicanos, cuando en la realidad poco o nada sabemos de
nuestras verdaderas raíces. Para muchos el ser mexicano en septiembre es gritar en cada oportunidad (particular y especialmente la noche del 15 de septiembre) ¡Viva México cabrones!, el comprarse
sombreros gigantescos donde se puede o no leer dicha expresión,
el adquirir banderas, el vestir trajes típicos y comer antojitos,
pero todos los demás meses (y hasta los mismos días del 15 y 16),
hay que ser diferente, hay que ser corrupto, hay que trabajar lo
menos posible, no tiene caso esforzarse, hay que fastidiar al prójimo,
hay que hacer “negocitos” que nos dejen para lo que necesitemos,
hay que quedar bien con el jefe a costa de lo que sea, hay que
aprobar alumnos para tener mejores números qué reportar, hay que
denigrar a nuestra raza, a los indígenas, hay que capitalizar su
ignorancia y sangrarlos, regatearles lo más que se pueda, después
de esas fechas, hay que guardar la bandera nacional para el siguiente
año, o para un partido de la selección: eso sí es ser mexicano y
querer a México.
Es cierto y consciente estoy de ello, que no sólo por señalar
estos y otros aspectos funestos vaya a ocurrir algún cambio en las
personas, nadie por sí solo puede cambiar al mundo, pero estoy
convencido de que el único cambio posible que en conjunto puede hacer algo como reacción en cadena, es iniciar por nosotros mismos, haciendo y poniendo
nuestro mejor esfuerzo en lo que hagamos (o al menos tratar), y esto
a su vez diseminarlo hacia nuestros hijos, amigos, parientes, nuestros estudiantes, y a
las personas con las que convivimos, para ir haciendo así un efecto dominó que eventualmente podría cambiar al mundo, pero para ello, habría
que empezar por cambiarlo localmente, empezar por nosotros mismos.
Este 15 de septiembre no será la excepción, el zócalo capitalino y los zócalos locales de estados y municipios de distintas partes del país estarán abarrotados de personas, de esas personas que dicen detestar y rechazar al gobierno, que no comparten sus políticas ni sus reformas, que no comulgan con sus propuestas ni con sus leyes ni acciones, de personas que ilusamente piensan "cambiar" al país vociferando en redes sociales, de amigos y familiares de los 43 o de los 132 y de otros tantos. Este 15 de septiembre, y muchos otros pasados y por venir en realidad no hay nada que celebrar y sí mucho que lamentar...